martes, 12 de marzo de 2013

ES PREFERIBLE MORIR CON HONOR QUE VIVIR CON LA VERGUENZA DE UN TIRANO DICTANDO NUESTROS RUMBOS


- Leyenda de Cádiz, España -



Reinando en Castilla Alfonso X el Sabio, se recrudeció el enfrentamiento con la resistencia musulmana, que había logrado la ayuda de los nuevos soberanos de Marruecos, los benimerines, cuyo sultán Abu Yusuf Ya'qub desembarcó en España en 1275.
Ausente el monarca de la península, el infante don Sancho organizó los ejércitos cristianos, siendo apoyado por el señor de Vizcaya don Lope Díaz de Haro. En las tropas de éste venía un joven de veinte años, don Alfonso Pérez de Guzmán, nacido en León, que rápidamente se destacó por su arrojo y gallardía.
Firmada una nueva tregua con los musulmanes y obligado Abu Yusuf a retornar a su tierra, un enfrentamiento familiar determinó que el joven pidiera autorización a Alfonso X para salir del reino. Después de vender todas sus posesiones abandonó Castilla, acompañado por una treintena de amigos y criados.
Poco más tarde entraba en contacto con Abu Yusuf, que aún se encontraba en Algeciras y, prometiéndole que le asistiría fielmente, cruzó con él a África. Abu Yusuf lo colocó al frente de todos los cristianos que formaban parte de su ejército. Gracias a sus servicios, relativos sobre todo al cobro de tributos, y a su prudencia, Guzmán logró la estimación y confianza del soberano.
Mientras tanto, en la península, una revuelta encabezada por el infante don Sancho por cuestiones de sucesión, privó a Alfonso X de la mayor parte de su reino. Éste envió entonces su muy conocida carta a Guzmán solicitándole pidiera ayuda en su nombre a Abu Yusuf.
Guzmán, olvidando los incidentes pasados, cumplió con el ruego de Alfonso y Abu Yusuf volvió a cruzar el estrecho. El encuentro entre ambos monarcas tuvo lugar en el campamento musulmán, junto a Zahara. Abu Yusuf le rindió toda clase de honores y lo hizo entrar a caballo en su magnífica tienda, obligándolo a tomar asiento en el sitio principal con estas palabras:
- Siéntate tú, que eres rey desde la cuna, que yo lo soy, desde ahora, en que Dios me lo concedió.
- No da Dios nobleza sino a los nobles, ni da honra sino a los honrados, ni da reino sino al que se lo merece, y así Dios te dio reino porque lo merecías -contestó Alfonso.
Las huestes confederadas asediaron a Sancho en Córdoba e hicieron, incluso, incursiones hasta Madrid, pues la única ciudad que continuaba fiel a Alfonso era Sevilla. Sin embargo, los resultados no fueron los esperados y los aliados terminaron por separarse. En 1284, Sancho sucedió a su padre y sus súbditos ya no estaban divididos ante los benimerines. Abu Yusuf concertó la paz y volvió a Marruecos acompañado por Guzmán y la esposa de éste, doña María Alonso Coronel. El caudillo cristiano volvió a destacarse como un gran servidor, sobre todo en las acciones bélicas contra los vecinos de Marruecos.
Poco después murió Abu Yusuf, siendo sucedido por su hijo Abu Ya'qub, que aborrecía a Guzmán tanto como aquél lo había amado. En esta época es donde los cronistas de la casa de Medina Sidonia ubican un suceso fantástico que tuvo como protagonista a Alfonso de Guzmán.
Una gigantesca serpiente comenzó a aparecer por los caminos que conducían a la ciudad de Fez, atacando y devorando animales y seres humanos. De aspecto monstruoso, su piel estaba cubierta de conchas durísimas que la hacían impenetrable, incluso al acero, y sus alas le permitían ser más veloz que el caballo. Nadie sé atrevía a hacerle frente y el envidioso Amir, primo y consejero de Abu Ya'qub, que también odiaba a Guzmán, propuso que éste fuera enviado a darle muerte. Abu Ya'qub se opuso, pero el caballero, sabedor del hecho, salió una mañana con sus armas y montura, acompañado sólo por un escudero desarmado y se dirigió al lugar donde la fiera hacía sus estragos. Por el camino se cruzó con unos hombres que huían espantados y que le informaron que la sierpe reñía con un león, no lejos de allí.
Guzmán los obligó a ir con él y, poco después, presenciaba el terrible enfrentamiento. El león, malherido, se defendía de los ataques de su enemiga dando continuos saltos. En cierto momento, la sierpe se volvió hacia el caballero con las fauces abiertas y éste le clavó entonces su lanza, que penetró hasta las entrañas. Instantes después, el león arremetió impetuosamente contra ella y la derribó. Ya muerta, Guzmán hizo que los hombres le cortaran la lengua y llamó al león, que se acercó a él haciéndole mil halagos con la cola, para llevárselo a Fez. La presencia de este animal agradecido, la lengua cortada y la admiración de sus acompañantes fueron allí los testimonios de su victoria. La fama del extraordinario suceso se extendió por África y España.
Dado que su relación con Abu Ya'qub iba deteriorándose de día en día, Guzmán decidió retornar a la península en 1291. Poco después de su llegada fue a ver al rey Sancho IV para ofrecerle sus servicios, quien los aceptó diciéndole «que mejor empleado estaría un tan gran caballero como él sirviendo a sus reyes que no a los africanos». El monarca aprovechó entonces la oportunidad para informarse ampliamente acerca de todo lo relativo a aquellos países, del poder de sus jefes y de la mejor manera de luchar contra ellos.
Por entonces, los cristianos necesitaban perentoriamente conquistar Algeciras o Tarifa, a fin de controlar el estrecho, ya que, aquel mismo año Abu Ya'qub había sitiado Jerez y atacado varios puntos de al-Ándalus, pese a una derrota naval ante sus enemigos. Sancho IV consiguió la ayuda de Muhammad II de Granada para tomar Tarifa, con la promesa de que luego se la entregaría. Sin embargo, una vez conquistada, rompió su promesa y se quedó con el puerto. Muhammad se alió entonces con Abu Ya'qub, y ambos sitiaron Tarifa junto con el infante don Juan, hermano de Sancho e individuo de pocos escrúpulos.
Todos los esfuerzos por apoderarse del puerto, incluidos varios intentos de soborno dirigidos a Guzmán, que a la sazón era el alcaide, resultaron inútiles. El infante concibió entonces un método más eficaz para vencerlo.
Don Juan tenía en su poder al hijo mayor de Guzmán, que le había sido confiado anteriormente por sus padres. Creyéndolo instrumento seguro para el logro de sus fines, lo sacó maniatado de la tienda en que lo tenía y lo presentó a la vista de Guzmán, diciéndole:
- Mirad bien lo que hacéis Guzmán. Si no os rendís, vuestro hijo morirá.
Viendo a su hijo indefenso y sufriente, el corazón de Guzmán se ensombreció de pena. Sin embargo, venció su sentimiento paternal y replicó con estas palabras:
- No engendré yo hijo para que fuese contra mi tierra, antes engendré hijo a mi patria para que fuese contra todos los enemigos de ella. Si don Juan le diese muerte, a mí me dará gloria, a mi hijo verdadera vida y a sí mismo eterna infamia en el mundo y condenación eterna después de muerto. Y para que vean cuán lejos estoy de rendir la plaza y faltar a mi deber, allá va mi cuchillo si acaso les falta arma para completar su atrocidad.
Dicho esto, sacó el cuchillo que llevaba en la cintura, lo arrojó al campo y se retiró al castillo. Poco después, hallándose Guzmán en compañía de su esposa, oyéronse unos terribles alaridos provenientes de los muros de la ciudad. Don Juan había cumplido su ruin promesa.
- Impedí que los musulmanes entraran en Tarifa -fue todo lo que el alcaide dijo para calmar los ánimos del pueblo.
Poco después, los sitiadores, temerosos de la ayuda que desde Sevilla se enviaba a la plaza, levantaron el cerco y regresaron a sus tierras.
Pronto se extendió por toda la península la noticia de los hechos sucedidos en Tarifa, llegando también a oídos del rey, enfermo por entonces en Alcalá de Henares. Desde allí le envió a Guzmán una carta de agradecimiento, comparándolo con Abraham y reconfirmándole el sobrenombre de «Bueno» que ya el pueblo le daba por sus virtudes. Y aunque Guzmán consideraba su hazaña suficientemente premiada con el mero reconocimiento del rey, éste le hizo donación de todas las tierras comprendidas entre las desembocaduras del Guadalete y el Guadalquivir.
 






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