POR IR EN BUSCA ... DE UN FUTURO MEJOR

Las palabras proscritas.

Amada mía:
Espero que cuando recibas esta carta te encuentres bien, al igual que el resto de tu familia, yo por mi parte sigo aquí, en las inmediaciones de esta ciudad extranjera trabajando duro para salir adelante.
Guardo en la memoria cada instante que pasamos juntos; las tardes de paseo, los días de fiesta, y sobre todo aquel beso que me distes la noche antes de mi partida. También conservo el pañuelo de lino bordado con el que me obsequiaste, es mi más preciada posesión. Cuando la tristeza se apodera de mí, no puedo evitar tomarlo en mis manos y oler su aroma, como si en ese pedazo de tejido se pudiese mantener incorruptible la esencia de su hacedora, y a través de él fuese posible retornar a tu lado. A diario estás en mis pensamientos, desde que despierto hasta el último segundo de consciencia antes de dormir, y mi imaginación fabula en como habrá sido tu jornada, tan lejos de este lugar donde me encuentro. A menudo me preocupa el hecho de que las misivas que te envié con anterioridad no obtuvieran nunca respuesta, desconozco cual fue la causa,  o si con mi atrevimiento te falté de alguna manera. En todo caso si así fuese, espero que me puedas perdonar, sabes bien que no me mueve sino un honesto y buen sentimiento hacia tu persona, en la que reconozco a la única mujer a quien quise de verdad y por encima de todas las cosas, y en la que vi siempre a esa otra mitad que llenaba este vacío que apareció desde que no estas cerca. Se que la distancia siempre juega a favor del olvido en las relaciones y de que se pierda todo aquello que surgió entre nosotros.
Nunca fue fácil nuestra historia, como si estuviésemos destinados a nadar contracorriente, a no estar juntos nunca, como si no hubiese un mañana y todo el tiempo compartido fuese solo de prestado, un cruel juego en el que alguien te muestra como sería ser feliz, y a continuación todo se desvanece para siempre, igual que humo que el viento arrastra y que las manos, aunque quieran, no pueden asir. Asumo mi parte de culpa por haber marchado en busca de un futuro mejor, cuando lo que debería haber hecho era luchar por ti, pues ni toda la fortuna por venir me compensará de no tenerte.
Hace unos días supe por unos amigos que te casaste, no te culpo. Yo nunca fui un buen partido y no tenía nada que ofrecerte, aunque creo que eso nunca te importó, pues me querías tal y como era, para ti eso era suficiente. Él es un buen hombre, y seguro que en su compañía nunca os ha de faltar de nada, aunque no puedo dejar de lamentarme por no poder estar en su lugar, ya que para mi fuiste y sigues siendo todo cuanto deseo; la luz de mis días, el ángel de la guarda que tomando mi mano me daba las fuerzas que muchas veces me faltaban, mi compañera bienquerida, la amiga incondicional..., y por eso siento perderte, porque se que tu ausencia hace morir algo dentro de mi para siempre.
No se si llegarás a leer esta carta, cada palabra en ella contenida es como un cuchillo en mi corazón, un adiós repartido en todas esas palabras de las que no quiero escribir la última, pues tras de ella no hay nada, solo la memoria cada vez más desdibujada de mágicos momentos que ya nunca volverán. Tu recuerdo me mantuvo vivo en la lucha diaria en un lugar ajeno con una lengua y costumbres que desconozco y que nunca sentiré como mías. El pensar que estabas ahí supuso el aliento para sostenerse en pie en los momentos difíciles, saber que todo aquello terminó, me llena de una profunda amargura.
Quiero que sepas que fui feliz contigo, porque te amé y me sentí correspondido, y eso supone una inmensa deuda que ya nunca podré saldar. Deseo que la tuya sea una vida larga y llena de alegrías, que Dios te bendiga con una familia en la que encuentres todo el cariño que mereces, y que la salud y la prosperidad estén presentes siempre en tu hogar.
Sin más me despido, cariño mío. Cada noche, cuando mire al cielo, recordaré aquella última, en la que tú me diste palabra de amor eterno, y yo te lo juré a ti también.