domingo, 9 de junio de 2013

LA CAPITANA ERA UN PRODUCTO BRUTO DE LA NATURALEZA...ERA LA ANTIESCUELA,LA ANTIACADEMIA...TODO CUANTO SABÍA YA DEBÍA SABERLO AL NACER


CARMEN AMAYA




Carmen Amaya es uno de los íconos del baile flamenco. Revolucionó el baile que se hacía en ese momento. También cantaba, pero sus dotes de bailaora acabaron eclipsando su faceta como cantaora. No aprendió a bailar en ninguna academia, sino que aprendió de su entorno cercano. Su escuela fue la calle, en la que cantaba y bailaba para ganar algo de dinero. De la calle pasó a los teatros y de allí a los grandes escenarios de Madrid, en una ascensión meteórica, con un estilo y unas maneras nunca vistos.
Desde pequeña se le puso el mote de La Capitana, cuando se inició en el flamenco acompañando a su padre, debutando con sólo seis años ante el público en el restaurante de Barcelona Les Set Portes y poco tardó en dar un gran salto para actuar en París con gran éxito, en el Teatro Palace. Bailó desde muy joven con figuras ya muy populares y reconocidas como Raquel Meller o Carlos Montoya.
Trabajando en Barcelona en el escenario de La Taurina fue descubierta por el crítico Sebastián Gasch, quien escribió un artículo sobre Carmen muy elogioso, y le reportó reconocimiento general por su talento como bailaora.
Sebastián Gasch, recordando esta actuación escribiría:


"De pronto un brinco. Y la gitanilla bailaba. Lo indescriptible. Alma. Alma pura. El sentimiento hecho carne. El "tablao" vibraba con inaudita brutalidad e increíble precisión. La Capitana era un producto bruto de la Naturaleza. Como todos los gitanos, ya debía haber nacido bailando. Era la antiescuela, la antiacademia. Todo cuanto sabía ya debía saberlo al nacer. Prontamente, sentíase subyugado, trastornado, dominado el espectador por la enérgica convicción del rostro de La Capitana, por sus feroces dislocaciones de caderas, por la bravura de sus piruetas y la fiereza de sus vueltas quebradas, cuyo ardor animal corría pareja con la pasmosa exactitud con que las ejecutaba. Todavía están registrados en nuestra memoria cual placas indelebles la rabiosa batería de sus tacones y el juego inconstante de sus brazos, que ora levantabanse, excitados, ora desplomábanse, rendidos, abandonados, muertos, suavemente movidos por los hombros. Lo que más honda impresión nos causaba al verla bailar era su nervio, que la crispaba en dramáticas contorsiones, su sangre, su violencia, su salvaje impetuosidad de bailadora de casta"





 Cuando comenzó la Guerra Civil abandonó España y viajó por todo el mundo paseando su arte: Lisboa, Londres, París, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, México, Uruguay, Venezuela, Nueva York. Ciudad después de ciudad se rindieron ante su baile, de forma que cuando en 1947 decidió regresar a España era ya una estrella internacional, un status que conservó hasta su muerte en 1963.
Desde finales de 1936 a 1940, se suceden sus actuaciones en ArgentinaUruguayBrasilChileColombiaVenezuelaCuba y México, donde, en 1940, simultaneaba sus actuaciones en el Teatro Fábregas con las del tablao El Patio.

Durante esta etapa de su vida artística, en la que une a su grupo artístico a varios miembros de su familia, realizó películas en Buenos Aires junto a Miguel de Molina y fue admirada por los músicos Arturo Toscanini y Leopold Stokowsky, quienes hicieron de ella públicos elogios.
El entonces presidente de los Estados UnidosFranklin Roosevelt, la invita a actuar en una fiesta en la Casa Blanca. También Roosevelt le regala una chaqueta bolera con incrustaciones de brillantes.
Carmen fue portada de multitud de revistas y la admiraron los más famosos astros del cine y el arte. Desde 1942 en Hollywood, se convierte en una de las atracciones más grandes. Interpretó una versión de El amor brujo de Manuel de Falla, en el Hollywood Bowl, ante veinte mil personas, con la Orquesta Filarmónica.
Intervino en un gran número de películas y grabó para diferentes compañías discográficas.
Vuelve a Europa y se presenta en el Teatro de los Campos Elíseos de París, para hacerlo más tarde en Londres y en teatros holandeses, desde donde pasa a México y después otra vez a Nueva York y Londres, para seguir por Sudáfrica y Argentina, retornando a Europa.



Su muerte de una enfermedad renal a los 46 años, constituyó una gran aflicción para todo el mundo flamenco, siéndole otorgada la Medalla del Mérito Turístico de Barcelona, el Lazo de Isabel la Católica y el título de Hija Adoptiva de Bagur.
Su entierro convocó a un gran número de gitanos de Cataluña y de distintos puntos de España y Francia. Enterrada en Bagur, donde vivió sus últimos días, sus restos descansan actualmente en Santander, en el panteón de la familia de su marido.
En el año 1964, los maestros León y Solano compusieron la copla Aquella Carmen dedicada a la memoria de Carmen Amaya, que decía: Se murió Carmen Amaya, y España entera lloró.










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