lunes, 26 de agosto de 2013

APRENDEMOS A AMAR NO CUANDO ENCONTRAMOS A LA PERSONA PERFECTA ... SINO CUANDO LLEGAMOS A VER DE MANERA PERFECTA A UNA PERSONA IMPERFECTA


Almas que gritan en silencio



Allí estaba él, sentando en la oscura arena de la cala, mientras oía el ruido de las olas e intentaba aclarar su cabeza. ¿Por qué? ¿Qué le había llevado a aquella situación? Ni el mismo lo sabía, pero necesitaba una respuesta. Desde que tenía memoria, ella aparecía en todos y cada uno de sus recuerdos. Aquella chica morena de ojos claros no salía de su cabeza. Llevaba enamorado de ella desde que la vio en su primer año de colegio, y eso fue hace once años. Recuerda perfectamente el vestido que llevaba María, era de color mar. Recordaba también la primera vez que habló con ella: "¿puedo jugar contigo?". Típica conversación de unos críos de cinco años. Y ahora, con dieciséis, Antonio no había logrado aún apartarla de su memoria. Sabía que ella no era una más, que lo que él sentía no era un simple capricho, sino amor de verdad. Pero, ¿qué debía hacer cuando ella ni siquiera sabía de su existencia? Tan sólo quería tenerla de frente, decirle todo tal y como lo sentía, decirle que para él, aquello no era un juego.

En la otra punta de la cala, estaba ella, escuchando música, mientras trataba de reunir el valor suficiente para declararse al chico del que llevaba enamorada nueve años. En sus primeros años de colegio, él fue un compañero más, un niño consentido que le fastidiaba los recreos y le manchaba los vestidos que su madre le ponía por las mañanas lanzándole un balón de fútbol lleno de barro. Pero según iba creciendo, María se daba cuenta de que era él el chico al que realmente quería. Ella era una chica guapa, bastante deseable por todos, y en especial por chicos mayores que ella, y eso era algo que la muchacha había sabido aprovechar. A sus dieciséis años había pasado por las manos de varios jóvenes de su ciudad, pero sabía que ninguno era comparable a lo que Antonio significaba para ella. Sabía que ninguno de ellos podía hacerle la mitad de feliz de lo que Antonio la hacía con tan sólo mirarla un segundo. En verdad, nunca habían mantenido una conversación decente, ella sólo recuerda aquel "¿puedo jugar contigo?".

Ambos levantaron la cabeza a la vez, saliendo por un instante de sus pensamientos. Por instinto, ambos giraron la cabeza, y sus miradas se cruzaron. No hizo falta más, desde ese momento ambos supieron que sus vidas cambiarían, que su corazón había gritado en silencio el nombre del otro durante todos esos años, que sus vidas, al fin, estaban completas.





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